Room Service

La inexpresión sugiere un vacío al que cada quien le atribuye un significado propio (ese control lo conocen las personas que saben callar con la boca y también con los ojos). Hello Kitty, por ejemplo, no maúlla – no dice nada. Es sólo la abstracción de una gatita sin sonrisa ni mirada. Hello Kitty no es nadie; no es más que un lienzo donde los demás proyectan sus propias ansias de infancia.

Los hoteles también son lienzos . . . El cuarto de hotel es una escenografía inexpresiva –al menos, nada auténtica- que alcanza la perfección retórica de no comprometerse con nada. Quienes nos comprometemos somos nosotros con nuestros deseos insatisfechos, con nuestros juegos y fantasías, con nuestra soledad, con nuestra necesidad de liberarnos del afincado ritual cotidiano de existir. La habitación de un hotel seduce por su silencio desentendido –sábanas blancas, jabonería de vitrina, la corriente del compresor de un refrigerador-, un silencio que le otorga a cada ocupante la posibilidad (¿responsabilidad?) de llenar el espacio con su propio poema, pintura o canción . . . por una noche, por dos, por tres, por un lapso de tiempo corto o quizás infinito. Unos encienden el televisor por temor al ruido de estar solos; otros vienen acompañados, escapando de su soledad marital. Algunos están de paso, propulsados por el ritmo operativo del traje y la corbata. Los demás se aferran a la falsa libertad del placer de vacacionar.

924. 832. 345 . . . no importa el número. El cuarto de un hotel es siempre el vacío del rostro de Hello Kitty.